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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 281
empecé a ver. Se ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo
que duró más de medio siglo.
Para los propósitos de esta conferencia debo buscar un momento patético. Digamos,
aquel en que supe que ya había perdido mi vista, mi vista de lector y de escritor. Por qué no
fijar la fecha, tan digna de recordación, de 1955. No me refiero a las épicas lluvias de septiem-
bre; me refiero a una circunstancia personal.
He recibido en mi vida muchos inmerecidos honores, pero hay uno que me alegró más
que ningún otro: la dirección de la Biblioteca Nacional. Por razones menos literarias que polí-
ticas, fui designado por el gobierno de la Revolución Libertadora.
Me vi nombrado director de la Biblioteca y volví a aquella casa de la calle México del
barrio Monserrat, en el Sur, de la que tenía tantos recuerdos. Jamás había soñado con la po-
sibilidad de ser director de la Biblioteca. Yo tenía recuerdos de otro orden. Iba con mi padre,
de noche. Mi padre, que era profesor de psicología, pedía algún libro de Bergson o de William
James, que eran sus autores preferidos, o de Gustav Spiller. Yo, demasiado tímido para pedir
un libro, buscaba algún volumen de la Enciclopaedia Britannica o de las enciclopedias alemanas
de Brockhaus o de Meyer.
Tomaba un volumen al azar, lo sacaba de los anaqueles laterales, y leía.Recuerdo una
noche en que me vi recompensado porque leí tres artículos: sobre los druidas, sobre los dru-
sos y sobre Dryden, un regalo de las letras dr. Otras noches fui menos afortunado. Yo sabía,
además, que en esa casa estaba Groussac; hubiera podido conocerlo personalmente, pero yo
era entonces, puedo decirlo, muy tímido: casi tan tímido como soy ahora. Entonces creía que
la timidez era muy importante y ahora sé que la timidez es uno de los males que uno tiene
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