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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 287
Quiero hablar ahora de otros casos, de casos ilustres. Vamos a empezar por ese muy evi-
dente ejemplo de la amistad, de la poesía, de la ceguera; por quien ha sido considerado el más
alto de los poetas: Homero. (Sabemos de otro poeta griego ciego, Tamiris, cuya obra se ha
perdido, y lo sabemos principalmente por una referencia de Milton, otro ilustre ciego. Tamiris
fue vencido en un certamen por las musas, quienes rompieron su lira y le quitaron la vista.)
Existe una hipótesis muy curiosa, que no creo que sea histórica, pero que es intelectual-
mente agradable, de Oscar Wilde. En general, los escritores tratan de que lo que dicen pa-
rezca profundo; Wilde era un hombre profundo que trataba de parecer frívolo. Sin embargo,
quería que lo imagináramos como un conversador, quería que pensáramos en él como Platón
pensaba de la poesía, “esa cosa liviana, alada y sagrada”. Pues bien, esa cosa liviana, alada y
sagrada que fue Oscar Wilde, dijo que la Antigüedad había representado a Homero como un
poeta ciego, y que había procedido deliberadamente.
No sabemos sí Homero existió. El hecho de que siete ciudades se disputaran su nombre
basta para hacernos dudar de su historicidad. Quizá no hubo un Homero, hubo muchos grie-
gos que ocultamos bajo el nombre de Homero. Las tradiciones son unánimes en mostrarnos
un poeta ciego; sin embargo, la poesía de Homero es visual, muchas veces espléndidamente
visual; como lo fue, en menor grado desde luego, la poesía de Oscar Wilde.
Wilde se dio cuenta de que su poesía era demasiado visual y quiso curarse de ese defec-
to: quiso hacer poesía que fuera también auditiva, musical, digamos como la poesía de Tenny-
son o de Verlaine, a quienes él quería y admiraba tanto. Wilde se dijo: “Los griegos sostuvieron
que Homero era ciego para significar que la poesía no debe ser visual, que su deber es ser
auditiva”.
Universidad Autónoma de Chiapas