Page 284 - BORGES INTERACTIVO
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               algo concluye, debemos pensar que algo comienza. El consejo es saludable, pero es de difícil
               ejecución, ya que sabemos lo que perdemos, no lo que ganaremos. Tenemos una imagen

               muy precisa, una imagen a veces desgarrada de lo que hemos perdido, pero ignoramos qué

               lo puede reemplazar, o suceder.

                    Tomé una decisión. Me dije: ya que he perdido el querido mundo de las apariencias,

               debo crear otra cosa: debo crear el futuro, lo que sucede al mundo visible que, de hecho,

               he perdido. Recordé unos libros que estaban en casa. Yo era profesor de literatura inglesa en

               nuestra universidad. ¿Qué podía hacer para enseñar esa casi infinita literatura, esa literatura

               que sin duda excede el término de la vida de un hombre o de las generaciones? ¿Qué podía

               hacer en cuatro meses argentinos de fechas patrias y de huelgas?
                    Hice lo que pude para enseñar el amor a esa literatura y me abstuve, en lo posible, de

               fechas y de nombres. Vinieron a verme unas alumnas que habían dado examen y lo había

               aprobado. (Todas las alumnas pasaban conmigo, siempre traté de no aplazar a nadie; en diez

               años aplacé a tres alumnos que insistieron en ser aplazados.) A las niñas (serían nueve o diez)

               les dije: “Tengo una idea, ahora que ustedes han pasado y que yo he cumplido con mi deber

               de profesor. ¿No sería interesante que emprendiéramos el estudio de un idioma y de una

               literatura que apenas conocemos?” Me preguntaron cuál era ese idioma y cuál esa literatura.
               “Bueno, naturalmente el idioma inglés y la literatura inglesa. Vamos a empezar a estudiarlos,

               ahora que estamos libres de la frivolidad de los exámenes; vamos a empezar por los orígenes.”

                    Recordé que en casa había dos libros que pude recuperar porque los había puesto en

               elestante más alto, pensando que no iba a precisarlos nunca. Eran el Anglo-Saxon Reader de

               Sweet y la Crónica anglosajona. Los dos tenían glosario. Y nos reunimos una mañana en la

               Biblioteca Nacional.











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