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—Comprendo, pero esta idea que usted da de la musa, del espíritu, en una época en que la no-
ción del espíritu presidiendo el movimiento del arte o de la literatura pareciera haberse perdido…
—No, yo creo que no ¿eh? , yo creo que todo escritor siente que él recibe. Es decir, no
puede dar sino ha recibido. Ahora yo he llegado a otra conclusión que no contradice eso que
acabo de decir; no, la competencia, más bien; es que conviene intervenir lo menos posible en
su obra. Sobre todo conviene que mis opiniones no intervengan. Es decir, bueno, escribir es
un modo de soñar, y uno tiene que tratar de soñar sinceramente. Uno sabe que todo es falso,
pero sin embargo, es cierto para uno. Es decir, cuando yo escribo estoy soñando, sé que estoy
soñando, pero trato de soñar sinceramente.
—Comprendo, pero hay algo cierto; lo cierto es que nos es dado, nosotros recibimos, como usted
dice.
—Sí, yo creo que sí, creo que estamos recibiendo continuamente. Y creo además, y esto lo
he dicho muchas veces, que si uno fuera realmente un poeta, y yo estoy seguro de no serlo,
o de serlo muy de tarde en tarde, uno sentiría cada instante como poético, cada momento
de su vida. Esa idea de que hay temas poéticos y temas prosaicos es un error, todo debe ser
sentido como poético. Y creo que algunos poetas: Walt Whitman, por ejemplo, llegaron a
sentir eso, a sentir que cada momento de su vida era no menos divino, o no menos —porque
divino es una palabra muy ambiciosa—, digamos no menos asombroso, no menos interesante
que otros.
—Pero…
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