Page 487 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      487






                Buenos Aires es lo que había buscado, y su primer libro de poemas nos dice cómo lo
           había buscado, con fervor, Fervor de Buenos Aires. Pero la realidad de Buenos Aires sólo se ha

           hecho presente, al cabo, mediante un sueño, es decir, mediante la imaginación. Yo también

           busqué, siendo muy joven, esa ciudad y sólo la encontré, como Borges, en estas palabras de

           “La muerte y la brújula”: “El tren paró en una silenciosa estación de cargas. [Él] bajó. Era una

           de esas tardes desiertas que parecen amaneceres”.

                Esta metáfora, cuando la leí, se convirtió en la leyenda de mi propia relación con Buenos

           Aires: el instante delicado y fugitivo, como diría Joyce, la súbita realidad espiritual que aparece

           en medio del más memorable o del más corriente de nuestros días. Siempre frágil, siempre

           pasajera: es la epifanía.
                A ella me acojo, al tiempo que, razonablemente, digo que a través de estos autores ar-

           gentinos, A de Aira, B de Bianco, Bioy y Borges —las tres Bees, aunque no las Tres Abejas— y

           C de Cortázar, comprendo que la presencia bien puede ser un sueño, el sueño una ficción y

           la ficción una historia renovable a partir de la ausencia.

                La ficción argentina es, en su conjunto, la más rica de Hispanoamérica. Acaso ello se deba

           al clamor de verbalización que mencioné antes. Pero al exigir palabras con tanto fervor, los

           escritores del Río de la Plata crean una segunda historia, tan válida como y acaso más que la
           primera historia. Esto es lo que Jorge Luis Borges logra en “La muerte y la brújula”, obligándo-

           nos a adentrarnos más y más en su obra.

                ¿Cómo procede Borges para inventar la segunda historia, convirtiéndola en un pasado tan

           indispensable como el de la verdadera historia? Una respuesta inmediata sería la siguiente: al

           escritor no le interesa la historia épica, es decir, la historia concluida, sino la historia novelística,

           inconclusa, de nuestras posibilidades y ésta es la historia de nuestras imaginaciones.











                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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