Page 74 - BORGES INTERACTIVO
P. 74

74                                 BORGES INTERACTIVO






               el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores
               de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a

               medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del

               Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras

               del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el Fuego era la única que

               sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por ator-

               mentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo

               su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro

               hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que

               ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago
               temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil

               y una noches secretas.

                    El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero

               (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego,

               hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humare-

               das que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque

               se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron
               destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incen-

               dio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la

               muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de

               fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combus-

               tión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia,

               que otro estaba soñándolo.











                             Universidad Autónoma de Chiapas
   69   70   71   72   73   74   75   76   77   78   79