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rra, hombre acusado de tibieza y tal vez de traición ¿cómo no iba a abrazar y agradecer este
milagroso favor: el descubrimiento, la captura, quizá la muerte de dos agentes del Imperio
Alemán? Subí a mi cuarto; absurdamente cerré la puerta con llave y me tiré de espaldas en la
estrecha cama de hierro. En la ventana estaban los tejados de siempre y el sol nublado de las
seis. Me pareció increíble que ese día sin premoniciones ni símbolos fuera el de mi muerte
implacable. A pesar de mi padre muerto, a pesar de haber sido un niño en un simétrico jar-
dín de Hai Feng ¿yo, ahora, iba a morir? Después reflexioné que todas las cosas le suceden
a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los
hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente me
pasa me pasa a mí... El casi intolerable recuerdo del rostro acaballado de Madden abolió esas
divagaciones. En mitad de mi odio y de mi terror (ahora no me importa hablar de terror:
ahora que he burlado a Richard Madden, ahora que mi garganta anhela la cuerda) pensé que
ese guerrero tumultuoso y sin duda feliz no sospechaba que yo poseía el Secreto. El nombre
del preciso lugar del nuevo parque de artillería británico sobre el Ancre. Un pájaro rayó el
cielo gris y ciegamente lo traduje en un aeroplano y a ese aeroplano en muchos (en el cielo
francés) aniquilando el parque de artillería con bombas verticales. Si mi boca, antes que la
deshiciera un balazo, pudiera gritar ese nombre de modo que los oyeran en Alemania... Mi
voz humana era muy pobre. ¿Cómo hacerla llegar al oído del Jefe? Al oído de aquel hombre
enfermo y odioso, que no sabía de Runeberg y de mí sino que estábamos en Staffordshire y
que en vano esperaba noticias nuestras en su árida oficina de Berlín, examinando infinitamente
periódicos... Dije en voz alta: ‘Debo huir’. Me incorporé sin ruido, en una inútil perfección
de silencio, como si Madden ya estuviera acechándome. Algo —tal vez la mera ostentación
de probar que mis recursos eran nulos—me hizo revisar mis bolsillos. Encontré lo que sabía
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