Page 76 - BORGES INTERACTIVO
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               rra, hombre acusado de tibieza y tal vez de traición ¿cómo no iba a abrazar y agradecer este
               milagroso favor: el descubrimiento, la captura, quizá la muerte de dos agentes del Imperio

               Alemán? Subí a mi cuarto; absurdamente cerré la puerta con llave y me tiré de espaldas en la

               estrecha cama de hierro. En la ventana estaban los tejados de siempre y el sol nublado de las

               seis. Me pareció increíble que ese día sin premoniciones ni símbolos fuera el de mi muerte

               implacable. A pesar de mi padre muerto, a pesar de haber sido un niño en un simétrico jar-

               dín de Hai Feng ¿yo, ahora, iba a morir? Después reflexioné que todas las cosas le suceden

               a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los

               hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente me

               pasa me pasa a mí... El casi intolerable recuerdo del rostro acaballado de Madden abolió esas
               divagaciones. En mitad de mi odio y de mi terror (ahora no me importa hablar de terror:

               ahora que he burlado a Richard Madden, ahora que mi garganta anhela la cuerda) pensé que

               ese guerrero tumultuoso y sin duda feliz no sospechaba que yo poseía el Secreto. El nombre

               del preciso lugar del nuevo parque de artillería británico sobre el Ancre. Un pájaro rayó el

               cielo gris y ciegamente lo traduje en un aeroplano y a ese aeroplano en muchos (en el cielo

               francés) aniquilando el parque de artillería con bombas verticales. Si mi boca, antes que la

               deshiciera un balazo, pudiera gritar ese nombre de modo que los oyeran en Alemania... Mi
               voz humana era muy pobre. ¿Cómo hacerla llegar al oído del Jefe? Al oído de aquel hombre

               enfermo y odioso, que no sabía de Runeberg y de mí sino que estábamos en Staffordshire y

               que en vano esperaba noticias nuestras en su árida oficina de Berlín, examinando infinitamente

               periódicos... Dije en voz alta: ‘Debo huir’. Me incorporé sin ruido, en una inútil perfección

               de silencio, como si Madden ya estuviera acechándome. Algo —tal vez la mera ostentación

               de probar que mis recursos eran nulos—me hizo revisar mis bolsillos. Encontré lo que sabía











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