Page 80 - BORGES INTERACTIVO
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bellón. Comprendí, de pronto, dos cosas, la primera trivial, la segunda casi increíble: la música
venía del pabellón, la música era china. Por eso, yo la había aceptado con plenitud, sin prestar-
le atención. No recuerdo si había una campana o un timbre o si llamé golpeando las manos.
El chisporroteo de la música prosiguió.
Pero del fondo de la íntima casa un farol se acercaba: un farol que rayaban y a ratos anu-
laban los troncos, un farol de papel, que tenía la forma de los tambores y el color de la luna.
Lo traía un hombre alto. No vi su rostro, porque me cegaba la luz. Abrió el portón y dijo
lentamente en mi idioma:
—Veo que el piadoso Hsi P’êng se empeña en corregir mi soledad. ¿Usted sin duda que-
rrá ver el jardín?
Reconocí el nombre de uno de nuestros cónsules y repetí desconcertado:
—¿El jardín?
—El jardín de los senderos que se bifurcan.
Algo se agitó en mi recuerdo y pronuncié con incomprensible seguridad:
—El jardín e mi antepasado Ts’ui Pên.
—¿Su antepasado? ¿Su ilustre antepasado? Adelante.
El húmedo sendero zigzagueaba como los de mi infancia. Llegamos a una biblioteca de
libros orientales y occidentales. Reconocí, encuadernados en seda amarilla, algunos tomos
manuscritos de la Enciclopedia Perdida que dirigió el Tercer Emperador e la Dinastía Luminosa
y que no se dio nunca a la imprenta. El disco del gramófono giraba junto a un fénix de bronce.
Recuerdo también un jarrón de la familia rosa y otro, anterior de muchos siglos, de ese color
azul que nuestros antepasados copiaron de los alfareros de Persia...
Universidad Autónoma de Chiapas