Page 83 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ       83






           acto comprendí; el jardín de los senderos que se bifurcan era la novela caótica; la frase varios
           porvenires (no a todos) me sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio.

           La relectura general de la obra confirmó esa teoría. En todas las ficciones, cada vez que un

           hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi

           inextricable Ts’ui Pên, opta —simultáneamente— por todas. Crea, así, diversos porvenires,

           diversos tiempos, que también, proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la nove-

           la. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a su puerta; Fang resuelve matarlo.

           Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede

           matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etcétera. En la obra de Ts’ui Pên,

           todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones. Alguna
           vez, los senderos de ese laberinto convergen; por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en

           uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo. Si se resigna usted a mi

           pronunciación incurable, leeremos unas páginas.

                Su rostro, en el vívido círculo de la lámpara, era sin duda el de un anciano, pero con algo

           inquebrantable y aun inmortal. Leyó con lenta precisión dos redacciones de un mismo capítulo

           épico. En la primera un ejército marcha hacia una batalla a través de una montaña desierta; el

           horror de las piedras y de la sombra le hace menospreciar la vida y logra con facilidad la vic-
           toria; en la segunda, el mismo ejército atraviesa un palacio en el que hay una fiesta; la resplan-

           deciente batalla le parece una continuación de la fiesta y logran la victoria. Yo oía con decente

           veneración esas viejas ficciones, acaso menos admirables que el hecho de que las hubiera

           ideado mi sangre y de que un hombre de un imperio remoto me las restituyera, en el curso

           de una desesperada aventura, en una isla occidental. Recuerdo las palabras finales, repetidas

           en cada redacción como un mandamiento secreto: Así combatieron los héroes, tranquilo el ad-

           mirable corazón, violenta la espada, resignados a matar y morir.








                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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