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86 BORGES INTERACTIVO
—El porvenir ya existe —respondí—, pero yo soy su amigo. ¿Puedo examinar de nuevo
la carta?
Albert se levantó. Alto, abrió el cajón del alto escritorio; me dio por un momento la es-
palda. Yo había preparado el revólver. Disparé con sumo cuidado: Albert se desplomó sin una
queja, inmediatamente. Yo juro que su muerte fue instantánea: una fulminación.
Lo demás es irreal, insignificante. Madden irrumpió, me arrestó. He sido condenado a la
horca. Abominablemente he vencido: he comunicado a Berlín el secreto nombre de la ciudad
que deben atacar. Ayer la bombardearon; lo leí en los mismos periódicos que propusieron a
Inglaterra el enigma de que el sabio sinólogo Stephen Albert muriera asesinado por un desco-
nocido, Yu Tsun. El Jefe ha descifrado ese enigma. Sabe que mi problema era indicar (a través
del estrépito de la guerra) la ciudad que se llama Albert y que no hallé otro medio que matar
a una persona con ese nombre. No sabe (nadie puede saber) mi innumerable contrición y
cansancio.”
Universidad Autónoma de Chiapas