Page 118 - BORGES INTERACTIVO
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LA MURALLA Y LOS LIBROS
He, whose long wall the wand’ring Tartar bounds…
Dunciad, II, 76
Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue
aquel Primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los
libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones —las quinientas o seiscientas leguas de
piedra para opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado—
procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me
satisfizo y, a la vez, me inquietó. Indagar las razones de esa emoción es el fin de esta nota.
Históricamente, no hay misterio en las dos medidas. Contemporáneo de las guerras de
Aníbal, Shih Huang Ti, rey de Tsin, redujo bajo su poder a los Seis Reinos antes existentes y
borró el sistema feudal; erigió la muralla, porque las murallas eran defensas; quemó los libros,
porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores. Quemar libros y
erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes; lo único singular en Shih Huang Ti fue la
escala en la que obró. Así lo hacen entender algunos sinólogos, pero yo siento que los hechos
que he referido son algo más que una exageración o una hipérbole de disposiciones triviales.
Cercar un huerto o un jardín es común; no lo es cercar un imperio. Tampoco es baladí pre-
tender que la más tradicional de las razas renuncie a la memoria de su pasado, mítico o verda-
dero. Tres mil años de cronología tenían los chinos (y en esos años, se incluyen el Emperador
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