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hierro candente y condenados a construir, hasta el día de su muerte, la desaforada muralla.
Esta noticia favorece o tolera otra interpretación. Acaso la muralla fue una metáfora, acaso Shih
Huang Ti condenó a quienes adoraban el pasado a una obra tan vasta como el pasado, tan
torpe y tan inútil. Acaso la muralla fue un desafío y Shih Huang Ti pensó: “Los hombres aman
el pasado y contra ese amor nada puedo, ni pueden mis verdugos, pero alguna vez habrá un
hombre que sienta como yo, y ése destruirá mi muralla, como yo he destruido los libros, y
ése borrara mi memoria y será mi sombra y mi espejo y no lo sabrá.” Acaso Shih Huang Ti
amuralló el imperio porque sabía que este era deleznable y destruyó los libros por entender
que eran libros sagrados, o sea libros que enseñan lo que enseña el universo entero o la con-
ciencia de cada hombre. Acaso el incendio de las bibliotecas y la edificación de la muralla son
operaciones que de un modo secreto se anulan.
La muralla tenaz que en este momento, y en todos, proyecta sobre tierras que no veré
su sistema de sombras, es la sombra de un César que ordenó que la más reverente de las
naciones quemara su pasado; es verosímil que la idea nos toque de por sí, fuera de las conje-
turas que permite. (Su virtud puede estar en la oposición de construir y destruir, en enorme
escala.) Generalizando el caso anterior, podríamos inferir que todas las formas tienen su virtud
en sí mismas y no en un “contenido” conjetural. Esto concordaría con la tesis de Benedetto
Croce; ya Pater, en 1877, afirmó que todas las artes aspiran a la condición de la música, que
no es otra cosa que forma. La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas
por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que
no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que
no se produce, es quizá, el hecho estético.
Buenos Aires, 1950
Universidad Autónoma de Chiapas