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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 119
Amarillo y Chuang Tzu y Confucio y Lao Tzu), cuando Shih Huang Ti ordenó que la historia
empezara con é1.
Shih Huang Ti había desterrado a su madre por libertina; en su dura justicia, los ortodo-
xos no vieron otro cosa que una impiedad; Shih Huang Ti, tal vez, quiso abolir todo el pasado
para abolir un solo recuerdo: la infamia de su madre. (No de otra suerte un rey, en Judea,
hizo matar a todos los niños para matar a uno.) Esta conjetura es atendible, pero nada nos dice
de la muralla, de la segunda cara del mito. Shih Huang Ti, según los historiadores, prohibió
que se mencionara la muerte y busco el elixir de la inmortalidad y se recluyó en un palacio
figurativo, que constaba de tantas habitaciones como hay días en el año; estos datos sugieren
que la muralla en el espacio y el incendio en el tiempo fueron barreras mágicas destinadas a
detener la muerte. Todas las cosas quieren persistir en su ser, ha escrito Baruch Spinosa; quizá
el Emperador y sus magos creyeron que la inmortalidad es intrínseca y que la corrupción no
puede entrar en un orbe cerrado. Quizá el Emperador quiso recrear el principio del tiempo y
se llamó Primero, para ser realmente primero, y se llamó Huang Ti, para ser de algún modo
Huang Ti, el legendario emperador que inventó la escritura y la brújula. Éste, según el Libro
de los Ritos, dio su nombre verdadero a las cosas; parejamente Shih Huang Ti se jactó, en ins-
cripciones que perduran, de que todas las cosas, bajo su imperio, tuvieran el nombre que les
conviene. Soñó fundar una dinastía inmortal; ordenó que sus herederos se llamaran Segundo
Emperador, Tercer Emperador, Cuarto Emperador, y así hasta el infinito… He hablado de un
propósito mágico; también cabría suponer que erigir la muralla y quemar los libros no fueron
actos simultáneos. Esto (según el orden que eligiéramos) nos daría la imagen de un rey que
empezó por destruir y luego se resignó a conservar, o la de un rey desengañado que destruyó
lo que antes defendía. Ambas conjeturas son dramáticas, pero carecen, que yo sepa, de base
histórica. Herbert Allen Giles cuenta que quienes ocultaron libros fueron marcados con un
Universidad Autónoma de Chiapas