Page 127 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      127






                Me releyó, después, cuatro o cinco páginas del poema. Las había corregido según un
           depravado principio de ostentación verbal: donde antes escribió azulado, ahora abundaba en

           azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra lechoso no era bastante fea para él; en la impetuosa

           descripción de un lavadero de lanas, prefería lactario, lacticinoso, lactescente, lechal... Denostó

           con amargura a los críticos; luego, más benigno, los equiparó a esas personas “que no dispo-

           nen de metales preciosos ni tampoco de prensas de vapor, laminadores y ácidos sulfúricos

           para la acuñación de tesoros, pero que pueden indicar a los otros el sitio de un tesoro”. Acto

           continuo censuró la prologomanía, “de la que ya hizo mofa, en la donosa prefación del Quijote,

           el Príncipe de los Ingenios”. Admitió, sin embargo, que en la portada de la nueva obra conve-

           nía el prólogo vistoso, el espaldarazo firmado por el plumífero de garra, de fuste. Agregó que
           pensaba publicar los cantos iniciales de su poema. Comprendí, entonces, la singular invitación

           telefónica; el hombre iba a pedirme que prologara su pedantesco fárrago. Mi temor resultó

           infundado: Carlos Argentino observó, con admiración rencorosa, que no creía errar en el

           epíteto al calificar de sólido el prestigio logrado en todos los círculos por Álvaro Melián Lafinur,

           hombre de letras, que, si yo me empeñaba, prologaría con embeleso el poema. Para evitar el

           más imperdonable de los fracasos, yo tenía que hacerme portavoz de dos méritos inconcusos:

           la perfección formal y el rigor científico, “porque ese dilatado jardín de tropos, de figuras, de
           galanuras, no tolera un solo detalle que no confirme la severa verdad”. Agregó que Beatriz

           siempre se había distraído con Álvaro.

                Asentí, profusamente asentí. Aclaré, para mayor verosimilitud, que no hablaría el lunes

           con Álvaro, sino el jueves: en la pequeña cena que suele coronar toda reunión del Club de

           Escritores. (No hay tales cenas, pero es irrefutable que las reuniones tienen lugar los jueves,

           hecho que Carlos Argentino Daneri podía comprobar en los diarios y que dotaba de cierta

           realidad a la frase.) Dije, entre adivinatorio y sagaz, que antes de abordar el tema del prólogo,








                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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