Page 128 - BORGES INTERACTIVO
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               describiría el curioso plan de la obra. Nos despedimos; al doblar por Bernardo de Irigoyen,
               encaré con toda imparcialidad los porvenires que me quedaban: a) hablar con Álvaro y decirle

               que el primo hermano aquel de Beatriz (ese eufemismo explicativo me permitiría nombrarla)

               había elaborado un poema que parecía dilatar hasta lo infinito las posibilidades de la cacofonía

               y del caos; b) no hablar con Álvaro. Preví, lúcidamente, que mi desidia optaría por b.

                    A partir del viernes a primera hora, empezó a inquietarme el teléfono. Me indignaba que

               ese instrumento, que algún día produjo la irrecuperable voz de Beatriz, pudiera rebajarse a

               receptáculo de las inútiles y quizá coléricas quejas de ese engañado Carlos Argentino Daneri.

               Felizmente, nada ocurrió —salvo el rencor inevitable que me inspiró aquel hombre que me

               había impuesto una delicada gestión y luego me olvidaba.
                    El teléfono perdió sus terrores, pero a fines de octubre, Carlos Argentino me habló. Es-

               taba agitadísimo; no identifiqué su voz, al principio. Con tristeza y con ira balbuceó que esos

               ya ilimitados Zunino y Zungri, so pretexto de ampliar su desaforada confitería, iban a demoler

               su casa.

                    —¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! —repitió,

               quizá olvidando su pesar en la melodía.

                    No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta años, todo
               cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además, se trataba de una casa que,

               para mí, aludía infinitamente a Beatriz. Quise aclarar ese delicadísimo rasgo; mi interlocutor

               no me oyó. Dijo que si Zunino y Zungri persistían en ese propósito absurdo, el doctor Zunni,

               su abogado, los demandaría ipso facto por daños y perjuicios y los obligaría a abonar cien mil

               nacionales.

                    El nombre de Zunni me impresionó; su bufete, en Caseros y Tacuarí, es de una seriedad

               proverbial. Interrogué si éste se había encargado ya del asunto. Daneri dijo que le hablaría esa








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