Page 129 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 129
misma tarde. Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo
muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo
del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contie-
nen todos los puntos.
—Está en el sótano del comedor —explicó, aligerada su dicción por la angustia—. Es
mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es
empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en
el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé
secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph.
—¿El Aleph? —repetí.
—Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos
los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que
le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema! No me despojarán
Zunino y Zungri, no y mil veces no. Código en mano, el doctor Zunni probará que es inaje-
nable mi Aleph.
Traté de razonar.
—Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?
—La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierra
están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.
—Iré a verlo inmediatamente.
Corté, antes de que pudiera emitir una prohibición. Basta el conocimiento de un hecho
para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospechados; me asombró
no haber comprendido hasta ese momento que Carlos Argentino era un loco. Todos esos
Viterbo, por lo demás... Beatriz (yo mismo suelo repetirlo) era una mujer, una niña de una cla-
Universidad Autónoma de Chiapas