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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      151






                Las letras


           De valor desigual, ya que notoriamente proceden de centenares y de miles de plumas hetero-

           géneas, las letras de tango que la inspiración o la industria han elaborado integran, al cabo de

           medio siglo, un casi inextricable corpus poeticum que los historiadores de la literatura argentina

           leerán o, en todo caso, vindicarán. Lo popular, siempre que el pueblo ya no lo entienda, siem-

           pre que lo hayan anticuado los años, logra la nostálgica veneración de los eruditos y permite

           polémicas y glosarios; es verosímil que hacia 1990 surja la sospecha o la certidumbre de que

           la verdadera poesía de nuestro tiempo no está en La urna de Banchs o en Luz de provincia de
           Mastronardi, sino en las piezas imperfectas que se atesoran en El alma que canta. Esta supo-

           sición es melancólica. Una culpable negligencia me ha vedado la adquisición y el estudio de

           ese repertorio caótico, pero no desconozco su variedad y el creciente ámbito de sus temas.

           Al principio, el tango no tuvo letra o la tuvo obscena y casual. Algunos la tuvieron agreste (Yo

           soy la fiel compañera — del noble gaucho porteño) porque los compositores buscaban la po-

           pular, y la mala vida y los arrabales no eran materia poética, entonces. Otros, como la milonga

           congénere , fueron alegres y vistosas bravatas (En el tango soy tantaura — que cuando hago
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           un doble corte — corre la voz por el Norte — si es que me encuentro en el Sur). Después,

           el género historió, como ciertas novelas del naturalismo francés o como ciertos grabados de

           Hogarth, las vicisitudes locales del harlot’sprogress (Luego fuiste la amiguita — de un viejo

           boticario — y el hijo de un comisario — todo el vento te sacó); después, la deplorada conver-

           sión de los barrios pendencieros o menesterosos a la decencia (Puente Alsina, — ¿dónde está

           ese malevaje? o ¿Dónde están aquellos hombres y esas chinas, — vinchas rojas y chambergos

           que Requena conoció? — ¿Dónde está mi Villa Crespo de otros tiempos? — Se vinieron los

           judíos, Triunvirato se acabó). Desde muy temprano, las zozobras del amor clandestino o sen-









                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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