Page 153 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      153






           No el bandoneón, que yo apodé cobarde algún día, no los aplicados compositores de un
           suburbio fluvial, han hecho que el tango sea lo que es, sino la República entera. Además, los

           criollos viejos que engendraron el tango se llamaban Bevilacqua, Greco o de Bassi...

                A mi denigración del tango de la etapa actual alguien querrá objetar que el pasaje de va-

           lentía o baladronada a tristeza no es necesariamente culpable y puede ser indicio de madurez.

           Mi imaginario contendor bien puede agregar que el inocente y valeroso Ascasubi es al quejoso

           Hernández lo que el primer tango es al último y que nadie —salvo, acaso, Jorge Luis Borges—

           se ha animado a inferir de esa disminución de felicidad que Martín Fierro es inferior a Paulino

           Lucero. La respuesta es fácil: La diferencia no sólo es de tono hedónico: es de tono moral.

           En el tango cotidiano de Buenos Aires, en el tango de las veladas familiares y de las confiterías
           decentes, hay una canallería trivial, un sabor de infamia que ni siquiera sospecharon los tangos

           del cuchillo y del lupanar.

                Musicalmente, el tango no debe de ser importante; su única importancia es la que le

           damos. La reflexión es justa, pero tal vez es aplicable a todas las cosas. A nuestra muerte per-

           sonal, por ejemplo, o a la mujer que nos desdeña... El tango puede discutirse, y lo discutimos,

           pero encierra, como todo lo verdadero, un secreto. Los diccionarios musicales registran, por

           todos aprobada, su breve y suficiente definición; esa definición es elemental y no promete
           dificultades, pero el compositor francés o español que, confiado en ella, urde correctamente

           un “tango”, descubre, no sin estupor, que ha urdido algo que nuestros oídos no reconocen,

           que nuestra memoria no hospeda y que nuestro cuerpo rechaza. Diríase que sin atardeceres y

           noches de Buenos Aires no puede hacerse un tango y que en el cielo nos espera a los argenti-

           nos la idea platónica del tango, su forma universal (esa forma que apenas deletrean La Tablada

           o El Choclo), y que esa especie venturosa tiene, aunque humilde, su lugar en el universo.











                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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