Page 152 - BORGES INTERACTIVO
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               timental habían atareado las plumas (¿No te acordás que conmigo — te pusistes un sombrero
               — y aquel cinturón de cuero — que a otra mina la afané?). Tangos de recriminación, tangos

               de odio, tangos de burla y de rencor se escribieron, reacios a la transcripción y al recuerdo.

               Todo el trajín de la ciudad fue entrando en el tango; la mala vida y el suburbio no fueron los

               únicos temas. En el prólogo de las sátiras, Juvenal memorablemente escribió que todo lo que

               mueve a los hombres —el deseo, el temor, la ira, el goce carnal, las intrigas, la felicidad—

               sería materia de su libro; con perdonable exageración podríamos aplicar su famoso quicquid

               agunt homines, a la suma de las letras de tango. También podríamos decir que éstas forman

               una inconexa y vasta comedie humaine de la vida de Buenos Aires. Es sabido que Wolf, a fines

               del siglo XVIII, escribió que la Ilíada, antes de ser una epopeya, fue una serie de cantos y de
               rapsodias; ello permite, acaso, la profecía de que las letras de tango formarán, con el tiempo,

               un largo poema civil, o sugerirán a algún ambicioso la escritura de ese poema.

                    Es conocido el parecer de Andrew Fletcher: “Si me dejan escribir todas las baladas de

               una nación, no me importa quién escriba las leyes”; el dictamen sugiere que la poesía común

               o tradicional puede influir en los sentimientos y dictar la conducta. Aplicada la conjetura al

               tango argentino, veríamos en éste un espejo de nuestras realidades y a la vez un mentor o

               un modelo, de influjo ciertamente maléfico. La milonga y el tango de los orígenes podían ser
               tontos o, a lo menos, atolondrados, pero eran valerosos y alegres; el tango posterior es un

               resentido que deplora con lujo sentimental las desdichas propias y festeja con desvergüenza

               las desdichas ajenas.

                    Recuerdo que hacia 1926 yo daba en atribuir a los italianos (y más concretamente a los

               genoveses del barrio de la Boca) la degeneración de los tangos. En aquel mito, o fantasía, de

               un tango “criollo” maleado por los “gringos”, veo un claro síntoma, ahora, de ciertas herejías

               nacionalistas que han asolado el mundo después —a impulso de los gringos, naturalmente.








                             Universidad Autónoma de Chiapas
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