Page 155 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      155






           dijeron, ocurrió en el partido de Chivilcoy, hacia mil ochocientos setenta y tantos. Wenceslao
           Suárez es el nombre del héroe, que desempeña la tarea de trenzador y vive en un ranchito.

           Es hombre de cuarenta o de cincuenta años; tiene reputación de valiente y es harto invero-

           símil (dados los hechos de la historia que narro) que no deba una o dos muertes, pero éstas,

           cometidas en buena ley, no perturban su conciencia o manchan su fama. Una tarde, en la vida

           pareja de ese hombre ocurre un hecho insólito: en la pulpería le notician que ha llegado una

           carta para él. Don Wenceslao no sabe leer; el pulpero descifra con lentitud una ceremoniosa

           misiva, que tampoco ha de ser de puño y letra de quien la manda. En representación de unos

           amigos que saben estimar la destreza y la verdadera serenidad, un desconocido saluda a don

           Wenceslao, mentas de cuya fama han atravesado el Arroyo del Medio, y le ofrece la hospita-
           lidad de su humilde casa, en un pueblo de Santa Fe. Wenceslao Suárez dicta una contestación

           al pulpero; agradece la fineza, explica que no se anima a dejar sola a su madre, ya muy entrada

           en años, e invita al otro a Chivilcoy, a su rancho, donde no faltarán un asado y unas copas de

           vino. Pasan los meses y un hombre en un caballo aperado de un modo algo distinto al de la

           región pregunta en la pulpería las señas de la casa de Suárez. Éste, que ha venido a comprar

           carne, oye la pregunta y le dice quén es; el forastero le recuerda las cartas que se escribieron

           hace un tiempo. Suárez celebra que el otro se haya decidido a venir; luego se van los dos a
           un campito y Suárez prepara el asado. Comen y beben y conversan. ¿De qué? Sospecho que

           de temas de sangre, de temas bárbaros, pero con atención y prudencia. Han almorzado y

           el grave calor de la siesta carga sobre la tierra cuando el forastero convida a don Wenceslao

           a que se hagan unos tiritos. Rehusar sería una deshonra. Vistean los dos y juegan a pelear al

           principio, pero Wenceslao no tarda en sentir que el forastero se propone matarlo. Entiende,

           al fin, el sentido de la carta ceremoniosa y deplora haber comido y bebido tanto. Sabe que











                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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