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EL ARTE DE INJURIAR
Un estudio preciso y fervoroso de los otros géneros literarios, me dejó creer que la vitupe-
ración y la burla valdrían necesariamente algo más. El agresor (me dije) sabe que el agredido
será él, y que «cualquier palabra que pronuncie podrá ser invocada en su contra», según la
honesta prevención de los vigilantes de Scotland Yard. Este temor lo obligará a especiales des-
velos, de los que suele prescindir en otras ocasiones más cómodas. Se querrá invulnerable,
y en determinadas páginas lo será. El cotejo de las buenas indignaciones de Paul Groussac y
de sus panegíricos turbios —para no citar los casos análogos de Swift, de Johnson y de Voltai-
re— inspiró o ayudó esa imaginación. Ella se disipó cuando dejé la complacida lectura de esos
escarnios por la investigación de su método.
Advertí en seguida una cosa: la justicia fundamental y el delicado error de mi conjetura.
El burlador procede con desvelo, efectivamente, pero con desvelo de tahur que admite las
ficciones de la baraja, su corruptible cielo constelado de personas bicéfalas. Tres reyes mandan
en el póker y no significan nada en el truco. El polemista no es menos convencional. Por lo
demás, ya las recetas callejeras de oprobio ofrecen una ilustrativa maquette de lo que puede
ser la polémica. El hombre de Corrientes y Esmeralda adivina la misma profesión en las ma-
dres de todos, o quiere que se muden en seguida a una localidad muy general que tiene varios
Universidad Autónoma de Chiapas