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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 299
Y hay otro hecho que me gustaría recordarles. Cervantes, como él mismo dijo dos o
tres veces, quería que el mundo olvidara los romances de caballería que él acostumbraba
leer. Y sin embargo si hoy se recuerdan nombres tales como Palmerín de Inglaterra, Tirant lo
Blanc, Amadís de Gaula y otros, es porque Cervantes se burló de ellos. Y de algún modo esos
nombres ahora son inmortales. Entonces uno no debe quejarse si la gente se ríe de nosotros,
porque por lo que sabemos, esa gente puede inmortalizarnos con su risa.
Por supuesto, no creo que tengamos la suerte de que se ría de nosotros un hombre
como Cervantes. Pero seamos optimistas y pensemos que podría ocurrir.
Y ahora llegamos a otra cosa. Algo que es tal vez tan importante como otros hechos que
ya les he recordado. Bernard Shaw dijo que un escritor sólo podía tener tanto tiempo como
el que le diera su poder de convicción. Y, en el caso de Don Quijote, creo que todos estamos
seguros de conocerlo. Creo que no hay duda posible de nuestra convicción en cuanto a su
realidad. Por supuesto, Coleridge escribió sobre una voluntaria suspensión del descreimiento.
Ahora me gustaría entrar en detalles acerca de mi afirmación.
Creo que todos nosotros creemos en Alonso Quijano. Y, por raro que parezca, creemos
en él desde el primer momento en que nos es presentado. Es decir, desde la primera página
del primer capítulo. Y sin embargo, cuando Cervantes lo presentó ante nosotros, supongo
que sabía muy poco de él. Cervantes debe haber sabido tan poco como nosotros. Debe ha-
ber pensado en él como héroe, o como el eje de una novela de humor, pero no se ve ningún
intento de entrar en lo que podríamos llamar su psicología. Por ejemplo, si otro escritor hu-
biera tomado el tema de Alonso Quijano, o de cómo Alonso Quijano se volvió loco por leer
demasiado, hubiera entrado en detalles acerca de su locura. Nos hubiera mostrado el lento
oscurecimiento de su razón. Nos hubiera mostrado cómo todo empezó con una alucinación,
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