Page 504 - BORGES INTERACTIVO
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               mirada más alerta, un lenguaje más fiel y mejor modulado; nada exige con mayor insistencia
               que no nos dejemos llevar por la proliferación de cualidades y de formas. Y, sin embargo, una

               mirada que no estuviera armada podría muy bien acercar algunas figuras semejantes y distin-

               guir otras por razón de tal o cual diferencia: de hecho, no existe, ni aun para la más ingenua de

               las experiencias, ninguna semejanza, ninguna distinción que no sea resultado de una operación

               precisa y de la aplicación de un criterio previo. Un “sistema de los elementos” —una definición

               de los segmentos sobre los cuales podrán aparecer las semejanzas y las diferencias, los tipos

               de variación que podrán afectar tales segmentos, en fin, el umbral por encima del cual habrá

               diferencia y por debajo del cual habrá similitud— es indispensable para el establecimiento del

               orden más sencillo. El orden es, a la vez, lo que se da en las cosas como su ley interior, la red
               secreta según la cual se miran en cierta forma unas a otras, y lo que no existe a no ser a través

               de la reja de una mirada, de una atención, de un lenguaje; y solo en las casillas blancas de esta

               tablero se manifiesta en profundidad como ya estando ahí, esperando en silencio el momento

               de ser enunciado.

                    Los códigos fundamentales de una cultura —los que rigen su lenguaje, sus esquemas

               perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas— fijan de an-

               temano para cada hombre los órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro
               de los que se reconocerá. En el otro extremo del pensamiento, las teorías científicas o las in-

               terpretaciones de los filósofos explican por qué existe un orden en general, a qué ley general

               obedece, qué principio puede dar cuenta de él, por qué razón se establece este orden y no

               aquel otro. Pero entre estas dos regiones tan distantes, reina un dominio que, debido a su

               papel de intermediario, no es menos fundamental: es más confuso, más oscuro y, sin duda,

               menos fácil de analizar. Es ahí donde una cultura, librándose insensiblemente de los ordenes











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