Page 93 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 93
Mi complaciente precursor no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra in-
mortal un poco à la diable, llevado por inercias del lenguaje y de la invención. Yo he contraído
el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea. Mi solitario juego está
gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o
psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto ‘original’ y a razonar de un modo irre-
futable esa aniquilación... A esas trabas artificiales hay que sumar otra, congénita. Componer
el Quijote a principios del siglo diecisiete era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a
principios del veinte, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, carga-
dos de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote.”
A pesar de esos tres obstáculos, el fragmentario Quijote de Menard es más sutil que el
de Cervantes. Éste, de un modo burdo, opone a las ficciones caballerescas la pobre realidad
provinciana de su país; Menard elige como “realidad” la tierra de Carmen durante el siglo de
Lepanto y de Lope. ¡Qué españoladas no habría aconsejado esa elección a Maurice Barrès
o al doctor Rodríguez Larreta! Menard, con toda naturalidad, las elude. En su obra no hay
gitanerías ni conquistadores ni místicos ni Felipe II ni autos de fe. Desatiende o proscribe el
color local. Ese desdén indica un sentido nuevo de la novela histórica. Ese desdén condena a
Salammbô, inapelablemente.
No menos asombroso es considerar capítulos aislados. Por ejemplo, examinemos el
XXXVIII de la primera parte, “que trata del curioso discurso que hizo don Quixote de las
armas y las letras”. Es sabido que don Quijote (como Quevedo en el pasaje análogo, y pos-
terior, de La hora de todos) falla el pleito contra las letras y en favor de las armas. Cervantes
era un viejo militar: su fallo se explica. ¡Pero que el don Quijote de Pierre Menard —hombre
contemporáneo de La trahison des clercs y de Bertrand Russell— reincida en esas nebulosas
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