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LOS BOVINOS CRIOLLOS DE MÉXICO.
62 HISTORIA, CARACTERIZACIÓN Y PERSPECTIVAS
Con ello se comprueba que las vacas subían por su propio pie a las naves, y que se les daban
los cuidados necesarios para que llegaran con vida al otro lado de la empresa transatlántica, o al
menos en su traslado desde las islas antillanas hacia la Nueva España (México) o la Tierra Firme
(Sudamérica).
Aunque los detalles generales del transporte de animales no son escasos, existe muy poca in-
formación específica sobre el tipo de animales que eran transportados, así como de la vida cotidia-
na del ganado dentro de las naves de exploración y conquista, como puede ser el tipo y cantidad
de alimentos que se les proporcionaba, quiénes se encargaban de su cuidado, cómo se realizaba
la limpieza de los espacios destinados a los animales, y si éstos sufrían de mareos y enfermedades
igual que los tripulantes y pasajeros. Se sabe, en cambio, que los encargados de las embarcaciones
tenían que prever el tonelaje muerto para abastecer de agua y forraje a los diferentes ganados; es-
tos oficiales “debían hacer el cálculo de la cantidad de henos y otros alimentos para mantener a los
animales durante el viaje” (Perezgrovas, 2013: 146). Los cálculos debían hacerse en función de las
cantidades establecidas de semovientes que podían subirse a las embarcaciones, las que depen-
dían de su capacidad de desplazamiento (porte); así, “por cada mil toneladas, las embarcaciones
podían llevar veinte vacas y terneras […] dando preferencia a las bestias [caballos] porque en las
nuevas tierras eran de mayor utilidad para los hombres” (Saucedo, 1984: 20). Para dimensionar
esto mejor, cabe recordar que el porte promedio de las naves en la primera mitad del siglo XVI
era de tan sólo 100 toneladas (Martínez, 1983: 157), lo que puede traducirse en la posibilidad de
embarcar apenas un par de vacas en condiciones de seguridad. Al adelantar el siglo XVI, el porte
de las embarcaciones aumentó considerablemente, cuando empezaron a utilizarse los galeones y
las naos de colonización en lugar de las carabelas de exploración.
Las leyes que empezaban a normar los viajes transatlánticos a principios del siglo XVI, fa-
vorecían más a los tripulantes de las naves que a los pasajeros, proveyendo a aquellos de todo
lo necesario para el viaje, libre de almojarifazgo y otros derechos aduanales, y se entregaban las
raciones a los maestres de las naves para su administración, de lo cual tenían que rendir cuentas
precisas e incluso devolver cualquier sobrante (Martínez, 1883). Por su parte, los pasajeros tenían
que planear lo que usarían o comerían durante el viaje, y adquirirlo en los puertos de salida, que
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